Manos para acariciar, manos para parar manos y para desatar nudos. Manos para jugar con él y ayudarle a pasar las páginas de sus cuentos. Manos para tocar, para sentir ilusión y para dar calor a otras manos. Manos para facilitarle la labor de abrocharse los cordones de sus zapatos, para darle ánimos cuando los años le pesen. Manos con dedos para llevar anillos o decidir no llevarlos, para ayudarle a elegir el vestido que mejor le sienta. Manos para calmar la fiebre, para sujetar su brazo al andar y evitar que tropiece. Manos para alcanzar el infinito.
Rocío Sánchez
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